La hora del té

A Alice Munro

Al otro lado del ventanal la tarde se desangra entre alfileres que atraviesan las aguas del Hurón. Transportada en las partículas de colores que te evocan al confeti de muchos cumpleaños, recuerdas.

Arropada en el chal de invierno, a juego con tus ojos, pareces una aristócrata escocesa con diadema de circonitas, sin culpa que te torture, y la convicción de no haberte enamorado más que lo justo para procrear bajo bendiciones. Sin embargo, sabes que tu vida secreta ha transcurrido entre alcantarillas y fango, urdiendo en fogones ajenos. Poniendo voz a la intimidad de las cocinas familiares, ventilando las de los colegios, rectorías y hoteles, y clubs de carreteras de esa extensión del mapa donde te has movido cual pez en el agua. En todas, como en el resto del mundo, se cuece la vida de las mujeres.

La luz declina –hasta cuando quiera–, te dices, mientras un ejército de ellas te acompaña entre los posos del té. En el silencio escuchas su murmullo femenino. Algunas preguntan por esos finales a los que siempre se rebelaron. No tienes respuesta –fueron como fueron–, insistes con sonrisa acuática copiada al lago. No les queda otra que asumir lo que relataste sacando tiempo al tiempo, a veces, encerrada en tu propia cocina y sin oír las voces de las niñas reclamando tu presencia de madre ejemplar. Si pudieras, ahora… escribirías. No. Cada momento creativo tiene su espacio/tiempo. Y el tuyo lo sientes lejano, aunque los otros se empeñen en encontrar vigencia en todo lo que has contado.

Ahora, si te fuera concedido más, seguirías hablando de lo mismo, porque la mujer, igual que el hombre, necesitan muchas vidas que consumir para ser portadores de cambios.

Escribas o no, tu voz es la lechuza delatora del mundo secreto de las mujeres, por mucho que disimules bajo ese disfraz de perca escurridiza. Y sabes que el Hurón, igual que las cocinas, bajo sus aguas apacibles almacena corrientes putrefactas. Tan inspiradoras…

La noche ciega el cristal. Es hora de abandonar la contemplación a oscuras –un día más–, te dices mientras vuelcas los posos del té en el plato.

De mi poemario: Racheado, donde aparece este poema dedicado a mi querida y admirada escritora: Alice Munro, en julio, mes de su cumpleaños.

¡Muchas felicidades, maestra!

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