Avanza mayo entre el verdor de los jardines, el aroma de las celindas, de las rosas, de la hierba fresca y de las flores que pintan el paisaje como un cuaderno infantil.
Mayo, prendido de recuerdos infantiles, de campo de espigas verdes y cantos de rana. Mayo mayea, y dulcifica la tierra seca que, en mayo, germina. Lástima de ese imparable chorreo que siega vidas inocentes bajo el vibrante sol de primavera.
El mes de las flores y de la Virgen. Mes en femenino. Gineceo del año. Arcoíris agridulce donde buscar la esperanza.
[ FLORES DE MAYO ]
A las mujeres de Moros (Zaragoza)
Como hormigas apresuradas, avanzan, ribazo adelante, entre margaritas y ababoles.
Apenas una docena que suman casi mil años. Mil años de vidas diferentes y paralelas surcando las mismas orillas, cercadas por los montes, por el rio, por el cierzo y por el qué dirán de los otros cuando se atajan caminos. Tanto en la bajada como en la subida las habladoras siguen alborotando al polvo, igual que el silencio de las calladas aviva el verdor de la hierba.
Por costumbre ancestral, por llenar horas, o, quizá convencidas de la cita, rezarán mientras adornan con flores las últimas humedades y piden gracia celestial cantando a la imagen. Allá cada una con sus creencias y con la magnitud del encuentro. Nadie ajusta cuentas de la intimidad sentida. Hay libertad en las entretelas del alma. Y a todas sirve esta procesión de primavera que las aleja del pueblo, que las adentra en la comunión con el campo. Arrastran su mundo, casi mil años de historias que sepultará el olvido.
María, Rosario, Carmen, Pilar, Aurora…
Apenas una docena de las que fueron a lo largo de muchas, muchas estaciones. Unificadas en la sombra, apretadas como hojas de otoño o manchas de polilla, desfilan entre el arcoíris de la Flora Mater.
Cada tarde de mayo hasta la ermita de la vega.
(De mi poemario: Racheado. Editorial Manuscritos)