Hace ya mes y medio que Filomena abrazó a Madrid con su impronta de bruja blanca, potenciada por el miedo a la Pandemia que aún nos encierra y mortifica desde hace casi un año, y cuarenta desde aquella tarde (la primera vez que Eva tomaba plátano en la papilla, cuando mi grito sonó a un atragantamiento o una reacción alérgica de la niña), que frente al televisor veía en directo aquellas imágenes inolvidables de película surrealista, de: no puede ser verdad, es un montaje, es imposible esta vuelta atrás después de tantos años de blanco y negro, de tantas carreras, de tanta desigualdad social, de tanto dolor y de tanto compromiso por parte de los perdedores. Pensamientos que me sacudían mientras el miedo me iba subiendo y me impedía llorar, no así a mi hija, asustada por mi grito de terror de aquel 23F.
El rastro de la gran nevada es aún evidente en el destrozo de los árboles, los pinos se han llevado la peor parte. Una pena verlos troceados y sentirlos vivos en el aroma de resina que aún nos regalan.
La vacuna habla de esperanza en la Pandemia, y de necesidad de ser generosos y globalizadores en el reparto de beneficios.
Cuarenta años han dado para muchas cosas, para muchos progresos, y sueños sin cumplir, pero también para la opción de seguir soñando con libertad para cambiar el ahora y el futuro con vehemencia utópica y necesaria para seguir siendo.
Huele a azúcar de almendra. Los rayos de febrero ya barruntan el telón de la primavera y en el parque vuelve a oírse la algarabía de voces deslumbradas con los almendros en flor, mientras los pájaros se preguntan si han dejado de ser los dueños del silencio.
Y yo, quiero seguir pensando que siempre hay luz en la tormenta.
Muy bonito Maricruz, a pesar de ser un funesto recuerdo que, desde luego, nunca debemos olvidar por aquello de que nunca se valora tanto la libertad cuando se pierde.
Yo me encontraba escribiendo la tesis doctoral. Mi director me dijo que, por las tardes, me quedara en casa, porque allí me concentraría mejor que en el laboratorio. Mi padre escuchaba por la radio las votaciones, cuando oí unos fuertes gritos y algarabía. Bajé rápidamente las escaleras para ver qué pasaba y me quedé atónito. No me lo podía creer, pero estaba sucediendo y a mí también me afloraron muchos pensamientos y mucho miedo.
Después fui a buscar a Amelia, aunque mi madre me suplicaba que no saliera de casa. Las calles se iban quedando vacías. Y luego ¡vaya nochecita!
En fin, menos mal que fracasó y nos quedó ese inolvidable recuerdo. Yo también quiero pensar que hay luz en la tormenta y esperemos y luchemos para que no se apague.