Y de repente Madrid volvió a ser Moscú, por obra y gracia de la Naturaleza que aún es libre en este mundo globalizado y pandémico.
Ha llovido mucho desde entonces, más que nevado, pero imposible olvidar la experiencia de aquellos paseos bajo el frío y la escarcha, y aquellos sacos de bolitas de nieve abandonados junto a la hélice de una avioneta anclada en el campo. Por suerte, tardaron en llevarse la avioneta, los sacos, los trineos y el tranvía, y en desguazar el montaje de las mansiones de fachadas de cartón y de las torres del Kremlin. Inolvidable. E impactante ver la película y saber que ese escenario y esa Internacional entonada por algo más que rusos pidiendo pan, y escenificada por obreros españoles, forma parte de esas imágenes imborrables de mi infancia.
Siempre que nieva en Madrid vuelvo a evocar al escenario de cartón piedra, donde no solo cayó nieve artificial, sino una copiosa nevada para horror de los extras y satisfacción de la Metro-Goldwyn-Mayer.
Un buen recuerdo atrapado en un relato: El aprendiz, que espera aún su oportunidad de estrella de Hollywood entre las páginas de: DESAFINADO.
Quizá la nieve que trajo a Madrid Filomena le haya refrescado la ilusión de antaño.